La mayoría de las emociones aparecen a partir de un desencadenante. Podemos tener miedo a perder un empleo, o estar tristes porque nos ha dejado un ser querido, o podemos sentir rabia ante una situación injusta.
Pero ¿qué ocurre con la ansiedad? La ansiedad aparentemente no tiene un origen específico. Cuando una persona describe la ansiedad, raramente sabe identificar un único estímulo. Las personas con ansiedad suelen pasar la mayor parte del día anticipándose a situaciones futuras y generando pensamientos catastróficos. Además, esta ansiedad suele ir acompañada de sensaciones físicas muy desagradables, como palpitaciones, respiración acelerada, temblores, problemas gastrointestinales.
La ansiedad aparece cuando la persona desconecta su mundo emocional, viviendo su experiencia de una forma fría que la lleva a un exceso de racionalidad, es decir a un exceso de pensamiento.
Esta inhibición emocional suele ser inconsciente. Algunas veces puedes ser fruto de lo que la persona ha aprendido como una respuesta normativa a lo que está viviendo. Esta respuesta ha sido modelada por la cultura, por los grupos familiares o por las figuras de autoridad. Y este aprendizaje ha aparecido desde edades muy tempranas. En términos de Análisis Transaccional, las personas con trastornos por ansiedad pueden haber recibido mandatos del tipo “no sientas”. Por ejemplo, un niño ante una situación de llanto o descontrol emocional, puede haber recibido el mensaje que no debe sentir determinadas emociones, que no debe llorar, o que no debe sentirse triste, hasta tal punto que habrá incorporado este aprendizaje como propio y le habrá dado una salida a través del psiquismo o a través del cuerpo.
Otras veces, esta inhibición emocional puede aparecer como fruto de una decisión ante una experiencia traumática, en la que la persona ha decidido desconectar de sus emociones como mecanismo de defensa para no sufrir de nuevo la intensidad de lo que ocurrió.
Y para compensar esta desconexión emocional, es habitual que la persona desarrolle un intenso trabajo mental, que se traduce en pensamientos recurrentes, y en preocupaciones excesivas.
Otro vehículo para compensar esta desconexión emocional, puede ser el cuerpo, dando lugar a somatizaciones que expresan los acontecimientos reprimidos a nivel emocional.
Por lo tanto, cuando hablamos de una ansiedad intensa o persistente, necesitaremos algo más que realizar un trabajo cognitivo-conductual en cambiar los pensamientos, la conducta o la perspectiva. Necesitaremos observar, acoger y validar esta ansiedad, para descubrir que hay detrás de ella. Para descubrir que mensaje nos está enviando. Necesitaremos volver a conectar con el cuerpo, con nuestra historia, con nuestros introyectos y con nuestro sistema emocional.
Y cómo dijo Rollo May, será necesario comprender que la ansiedad tampoco puede evitarse, pero si puede manejarse hasta reducirla a niveles que nos permitan aumentar de forma consciente nuestra percepción, nuestra vigilancia y nuestras ganas de vivir.